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Paracas y las Islas Ballestas I, PERÚ

Paracas y las islas Ballestas

minimundo de la Playa Roja de Paracas

Visitar Paracas y las Islas Ballestas

Paracas y las Islas Ballestas constituyen uno de los tramos del viaje que más nos impactaron. Un pueblo pesquero rodeado de desiertos en el que desde el primer día los lugareños nos saludaban por la calle, haciéndote sentir como en casa; y unas islas que por su diversidad animal y su modo tan económico de acceder a ellas, reciben el sobrenombre de “las Galápagos de los pobres”.

Es la cuarta vez que viajo a este continente y siempre había conocido la Sudamérica de los Andes, la de las Selvas y la del Mar Caribe con toda su frondosidad, sus ruidos animales por la noche, su humedad y su calor. Pero este viaje estaba siendo totalmente diferente. A Excepción del primer tramo, el de Cuzco y Machupichu, estábamos conociendo una vasta e internacional extensión de desiertos y Océano Pacífico. Paisajes de sal, altiplanos y extrañas formaciones rocosas en Bolivia;  la zona más árida del planeta en el chileno desierto de Atacama; y misteriosos geoglifos o enormes dunas que llegan hasta el mar con cálidos atardeceres en Perú. En definitiva, el desierto en muchas de sus variadas vertientes. A pesar de lo que podamos entender, existen aquí zonas con mucha vida, tanto humana como animal… nunca pensé que junto al desierto pudiera encontrar pingüinos o grandes mamíferos como los leones marinos. Merece la pena verlo.

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Panorama reserva natural de Paracas

Llegada a Paracas

Llegamos a Paracas tras un desafortunado viaje. La huelga de mineros había cortado las carreteras principales y habíamos tenido que volar en avioneta a Ica (50$ regateando), de ahí en taxi llegamos a Paracas, cuyo ilustrativo nombre significa “lluvia de arena”. Dicho así suena sencillo, pero tardamos doce horas en alcanzar nuestro destino y estábamos cansadas pero contentas de que al final todo hubiera salido bien.
En la misma plaza de armas, nos metimos en el hostal Muca House (mucahouse(a)hotmail.com). No tiene un cartel por fuera que indique que se trate de un hospedaje y desde la Plaza de Armas en la que se sitúa, sólo se ven los barcos y vehículos especiales para el desierto que tiene guardados en el patio. Aquí nos sentimos en familia: jugábamos con las dos niñas pequeñas de los dueños del hostal y con sus mascotas, un dálmata homosexual que no levantaba cabeza desde que falleciera su pareja y un pequeño y espabilado perrito-mopa que, como decía la gente del pueblo, “había nacido feliz”. Conocimos a nuestros compañeros de habitación. Cada uno había pagado un precio diferente, lo que durante el viaje siempre había sido proporcional al tiempo de que disponiera cada uno para negociar y de la capacidad de hablar el idioma. Como nosotras teníamos mucho tiempo, mucha labia y poco dinero, fuimos las que menos pagamos (10 soles). Compartimos el dormitorio con un sueco con aspecto de Johnny Bravo, un catalán residente en la Isla de Pascua y un indio de Pune que estaba haciendo un recorrido en bicicleta desde el Polo Norte hasta el Polo Sur con la expedición Pole 2 Pole… el tipo de gente que te encuentras en los viajes, pero al cuadrado.

Paracas

Salimos a dar una vuelta por el paseo marítimo mientras fantaseábamos con comprar alguno de los destartalados locales que se encontraban en venta junto a bonitos locales que servían la bebida típica, el pisco; y el plato más famoso, el ceviche. La frase “aquí triunfaría un restaurante español” se suele repetir en mis viajes.
En seguida conocimos a un chico que hacía preciosas artesanías y a dos marineros que la casualidad más tremenda haría que los volviéramos a encontrar en Pucusana, un lugar alejado del turismo a unos 260km hacia el norte.
Al anochecer, todos los viajeros aleatorios del mundo que nos encontrábamos por la ciudad de la arena, nos reunimos junto a una hoguera al calor de las risas y las cervezas. Mis peculiares compañeros de habitación,una chica peruana que era profesora de parapente en Huesca, dos colombianos, una estadounidense, una uruguaya y nosotras, conformábamos un curioso grupo… hasta que nos fuimos a dormir que nos esperaba un gran día.

 

Reserva Nacional de Paracas

Una excursión que no hay que perderse por esta zona es la visita a la Reserva Nacional de Paracas. Se puede realizar caminando desde el obelisco del Chaco, aunque no es recomendable por la posibilidad de sufrir una insolación; además esta reserva desértica es tan amplia que ocupa gran parte de la península de Paracas y contratar los servicios de un conductor resulta bastante económico. A nosotras nos dio una vuelta un taxista por 40 soles en total (se llama José y se deja ver por la plaza principal). Estos circuitos suelen incluir una parada corta en el centro de visitantes de la reserva, una vista a las formaciones geológicas y un largo rato comiendo en un aislado pueblo de pescadores, cuyo menú no entraba en nuestro presupuesto. Decidimos desviarnos de lo más habitual y disfrutar más de la naturaleza. 
Pasados tres kilómetros llegamos a la oficina de información del parque en donde hay que pagar 5 soles, como en toda reserva natural peruana. Un poco más adelante pudimos observar pelícanos en el desierto, una imagen bastante curiosa que quedará en mi retina.

pelicanos en el desierto

Llegamos a La Mina, una bonita playa desierta en la que está permitido acampar. Aquí nos dimos un baño a pesar de que la corriente de Humboldt hacía que el agua estuviera helada y de la presencia de medusas del tamaño de una tortilla de patatas, algo que no es común por la zona (no os preocupéis). Seguimos por un mirador sobre el acantilado con unas vistas minimalistas hacia la reserva: agua, arena y un cielo despejado a la redonda. Sólo algunas aves como el chorlo ártico o el peculiar zarcillo daban movimiento al panorama.

Panorama paracas

Playa La Mina, Paracas

Hicimos una parada, aunque sin bañarnos por la peligrosidad de sus olas, en la Playa Roja. Ubicada entre Playa Lagunillas y Punta Santa María, esta playa es la más hermosa debido a la coloración rojiza que presenta su orilla. Esta coloración se debe a su proximidad con un macizo de roca ígnea llamada ‘granodiorita rosada’ que contiene magma solidificado en su interior. Al impactar contra éste, las olas arrastran fragmentos de rocas rojizas que van acumulándose en la orilla, contrastando con los colores amarillos y ocres de los propios acantilados. Además la playa roja es un lugar de descanso y de alimentación de numerosas aves como el pelícano, el gaviotín elegante, el gallinazo de cabeza roja o el ostrero americano.

Playa Roja de Paracas

Seguimos hacia adelante y nos subimos a una gran duna a pesar de la dificultad –se hunden los pies al caminar-. Aquí observamos algo que habitualmente no tenemos la posibilidad de experimentar, al menos no los que vivimos en una ciudad. Dar una vuelta de 360º alrededor de nuestro eje sin ver ninguna persona ni edificios. Una extensión enorme de desierto teniendo en cuenta que nos encontrábamos en un punto elevado. Extiende los brazos, abre los pulmones y grita. Nadie te ve ni te escucha.

La última parada la hicimos en la playa Yumaque, en la que se permite acampar, desde la que también se pueden tener espectaculares vistas a la bahía.
Cuatro horas después volvimos al pueblo de Paracas y nos premiamos con un ceviche y un arroz chaufa que nos llevaría a echarnos la primera siesta del viaje.

Playa Yumaque

Por la noche nos juntaríamos con el artesano que conocimos en el paseo marítimo y una señora española que dirige varias ONGs en Latinoamérica en un bar frente al hostal que llevan los de Muca House. Ésta nos ofreció cooperar en Honduras en un proyecto con mujeres, quién sabe…

Mañana os cuento cómo nos fue en las Islas Ballestas, un santuario animal en donde se pueden ver numerosas especies de aves, pingüinos, leones marinos o delfines.

 

Sirena

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