Myanmar

Yangón y la pagoda de las serpientes, Myanmar

Primeras impresiones en Myanmar: Yangón y la pagoda de las serpientes

Primeras impresiones en Myanmar: Yangon y la pagoda de las serpientes

Primeras impresiones en Myanmar: Yangon y la pagoda de las serpientes

A continuación os voy a contar mis primeras impresiones en Yangón, la ciudad donde comencé mi viaje por Myanmar y donde viví las situaciones más extravagantes del viaje. Se trata de un relato muy libre y personal mezclado con datos útiles para aquellos que estéis pensando en viajar a Myanmar.

Si yo pensaba conocer la ciudad visitando su casco histórico, la pagoda Sule que es el centro neurálgico de Yangón, el Museo Nacional o el impresionante templo de Shwedagon, lo cierto es que acabé la extraña pagoda de las serpientes a las afueras de la ciudad. Un lugar donde estos animales campan a sus anchas y donde no ves nunca un turista. Y todo esto me pasó por seguir a un conejo, como Alicia.

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Una chica birmana con thanaka en la cara

Consejo de la autora: si viajas, ¡lleva el mejor seguro de viajes!

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Ya en el avión una pareja de australianos jubilados me decían que estaban muy contentos de volver a Myanmar. Me animó bastante que repitieran destino: “Si esta gente está yendo por segunda vez, es que de verdad les gusta”, pensé. Eran muy amables y me cedieron su cena. Había que pagarla aparte pero resultó que no era vegetariana y ellos no comían carne. “Así no tendrás que ocuparte de buscar comida en Yangón”, contestaron.
Les pregunté si eso era complicado y como les había contado que había vivido un año en Camboya, me dijeron que me dirigía a un país mucho más subdesarrollado donde efectivamente, a veces podía ser difícil encontrar un lugar donde vendieran siquiera agua embotellada: “Myanmar está mucho más subdesarrollado, a su lado Camboya es Nueva York, pero nos encanta”.



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Este viaje había sido pensado para ir con otra persona que finalmente decidió no venir conmigo. Por eso no tenía los ánimos muy altos al principio. Pensaba que de haber sabido que iba a viajar sola, hubiera sido mejor escoger un destino más fácil o más divertido: nunca he estado en Filipinas o en Indonesia y me apetecía. Pero tras esta conversación con los exultantes pensionistas me puse contenta y decidí cambiar de actitud. Vale, de acuerdo, viajar sola a Myanmar no era lo que llevaba ideado desde hacía meses pero ¿y qué? Seguía siendo un planazo. Me dije que durante estos días disfrutaría de cada paisaje, comida, conversación, situación y resistiría con paciencia las horas de transporte leyendo libros: ¡nada de comprarme una tarjeta SIM! Si tengo Internet, caigo en el peligro de no abrir un libro.

 

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Dos señores vistiendo el Longyi en la pagoda de Shwesandaw en Twante

El aeropuerto de Yangón era un barullo de gente: monjes budistas, hombres vestidos con falda (el longyi) y algunos turistas caminando en todas direcciones. Tras pasar inmigración y mostrar mi visado online, cambié algo de dinero y tomé un taxi al centro de la ciudad (en estos momentos un euro está a 1650 kyat). Tardó en torno a una hora debido al tráfico y costó lo equivalente a 8€. Por la noche se requiere menos tiempo para hacer el mismo trayecto.

Me llamaron la atención dos cosas: que a diferencia de otras grandes urbes asiáticas, en Yangón no había motos porque las han prohibido. Dicen que para aligerar el tráfico… ¿no es absurdo llenar una ciudad de coches para que haya menos tráfico? La otra cuestión era que probablemente se trate del único país donde se conduce en el lado derecho de la carretera, pero el volante de los coches se encuentra a la derecha también (lo cual es bastante peligroso a la hora de adelantar). Esto se debe a que Myanmar fue colonia británica, lo que implica conducir por la izquierda. Pero en 1970 el Gobierno militar instigó a conducir por la derecha de la noche a la mañana para alejarse de las influencias inglesas. Y como la mayoría de los coches son muy antiguos, aún tienen el volante en lado derecho, como el taxi en el que me acaba de montar. El taxista, teléfono en mano, conducía de manera alocada –algo habitual en Asia-, y por el camino veía muchas pagodas doradas, niños correteando y árboles gigantes mientras atardecía.

Llegué a la ciudad, dejé mis cosas en el hostal Little Yangon -si reservas éste o cualquier otro hotel a traves de este enlace tendrás 15€ de descuento-. A continuación fui a dar un paseo y me invadió una sensación de Déjà Vu. No entendía por qué. Doblaba una esquina y sentía esa emoción, alcanzaba un callejón y volvía a pasarme lo mismo. Luego caí en que se trataba de un olor que no percibía desde que fui a la India hacía como nueve años. Dicen que el olfato es el sentido más evocador y yo digo que Yangón huele a la India.

Durantela caminata pensé que estaba en un país que parecía la mezcla entre India y Tailandia, incluso en el aspecto que tenían sus habitantes pero sin la ingente cantidad de turistas que tiene Tailandia ni la suciedad que presenta la India. Algo lógico si miramos dónde se encuentra Myanmar.

La gente llevaba por la cara una especie de pasta blanca que llaman thanaka. Tenía entendido que los birmanos se lo ponían para protegerse del sol, pero era de noche. Supongo que era algo tan común que lo llevaban todo el tiempo.

Me fui a estirar las piernas ya de noche por Chinatown y me encontré con un bullicio de puestos de comida, vendedoras de verduras… tenían unos aguacates tan grandes que pensé que se trataba de otra fruta. Algo curioso teniendo en cuenta que en otros países del Sudeste Asiático no hay aguacates. Decidí no jugármela con los puestos de comida y cené en un delicioso japonés por lo equivalente a 2’5€: ¡Ya tendré 18 días para probar la gastronomía birmana!

Chinatown de Yangón de noche

Chinatown de Yangón de noche

comida japonesa

En Yangón hay restaurantes de todo tipo a buen precio

Durante el camino de vuelta atravesé un barrio musulmán. Yo que pensaba que estaban perseguidos en este país, y resulta que tienen un gran peso y hasta barrios propios. No confundid la etnia musulmana de los Rohinyas que sí que están siendo masacrados y desplazados por el ejército y la policía birmanas. No me extenderé en este tema por la sencilla razón de que no puedo saber mucho más que alguien que no haya estado en Myanmar. Las zonas de conflicto estan restringidas al turismo y nadie habla sobre los Rohinyas: ni la gente local ni la prensa. Mientras en todo el mundo los medios de comunicación nos muestran el drama de esta etnia apátrida, aquí apenas se menciona.

El segundo día, ya con luz, también entendí por qué me recordaba Yangón a la India. Y es que al haber estado ambos sometidos al dominio británico, conservaban edificios coloniales de aquella época aunque en un etado bastante deteriorados. De pronto me vi en la estación de trenes de Bombay o frente al hotel Taj Mahal, como si hubiera dos Ineses diferentes haciendo lo mismo: una tiene 21 años y pasea por la India y la otra con 31 lo hace en Myanmar pensando en la primera, en cuánto ha cambiado y en que le diría que no se preocupara tanto.

ayuntamiento yangon

Ayuntamiento de Yangón

Caminé hasta lo que se considera el centro de Yangón, la pagoda de Sule donde podemos ver cómo en Myanmar la religión y el comercio cohabitan el mismo espacio. Así como frente a un templo importante se suele congregar un mercado, en Sule encontramos locales de todo tipo en la planta baja. En la misma plaza se sitúa el bonito ayuntamiento de paredes blancas, una gran mezquita y una iglesia. Budismo, islam y cristianismo (y capitalismo): todas las religiones en el mismo lugar. Incluso podemos encontrar cerca una sinagoga y una iglesia armenia.

Me paré a contemplar las oficinas de los astrólogos en la misma pagoda de Sule y como suele ocurrir cuando detienes el paso, me invitaron a entrar. Por inercia decliné la oferta pero tras unos segundos pensé que por qué no. No soy supersticiosa y nunca creería que mi destino estuviera escrito en las fortuitas arrugas de la palma de mi mano pero tenía curiosidad por saber lo que me iban a contar.

astrologo y conejo

Izquierda: astrólogo de la pagoda Sule. Derecha: conejo frente al monumento de la Independencia, culpable de que acabara en la pagoda de las serpientes

El astrólogo calculó mi carta astral en función de mi lugar, fecha y hora de nacimiento. Me miró las manos y me dijo que me iba a casar en 2020 (muy tarde según él) con alguien con quien empezaría a salir en 2019, que sería una persona buena, inteligente y con dinero pero que no me enfade mucho con él o lo echaría a perder todo. También me dijo que mi salud no era muy buena y que hiciera más ejercicio como el yoga y meditación, que esto último me aclararía las ideas. Pero que mi cabeza estaba genial, que era muy inteligente…
Y que a partir del 2024 empezaría a viajar mucho: me pasaría 20 años viajando y tendría un hijo o dos.

El resto del día lo tenía planeado. Iba a pasear por el centro prestando atención a varios edificios coloniales emblemáticos, quizá me subiría a la famosa línea circular de tren y seguramente finalizaría la visita con la joya de Yangón: la pagoda Shwedagon. Pero todo se torció maravillosamente en el punto de partida.

Tras la charla con el adivino me fui al parque contiguo que contenía un monumento a la Independencia. Ahí me encontré con un pequeño y simpático conejo negro. Si mi plan era pasar el día de turismo por la ciudad, la cosa cambió cuando me encontré este conejo que me llevó a un mundo surrealista como si fuera Alicia en el País de las maravillas.

thanaka

Birmanizandome con thanaka

Me senté a jugar con el animalito que parecía estar contento con mi presencia: si dejaba de acariciarle, venía a acurrucarse en mis piernas para que continuara y si me alejaba venía conmigo. Así estuve un rato entretenida hasta que nos acercamos a su dueño, un chico de mi edad que me contó que tenía muchos más conejos en su barrio. Le pregunté por qué llevaba esa pasta blanca en la cara pues si creía que lo hacían para protegerse del sol, ya no lo tenía tan claro al ver que también lo llevaban de noche.
Me dijo que sí, que era para no quemarse con el sol, que su mujer lo hacía y que si quería me lo podía poner. Acepté la invitación y entonces me contó que vivía al otro lado del río: en Dalah.

dalah

Llegando en barca a Dalah

Recordé que por la mañana la recepcionista le había explicado a un huésped cómo llegar a Dalah, la localidad que hay cruzando el río que a falta de puentes, se accede a ella en ferry. Salía cada diez minutos y costaba unos 4000 kyat ida y vuelta. Pensé que sería una buena oportunidad y que ya dejaría mi itinerario turístico para el día siguiente. Creía que iba a ir yo sola y que el chico sólo me estaba indicando el camino hasta que me pareció que llevábamos andando demasiado rato: realmente le estaba acompañando a su casa y su invitación era real.

En vez de coger el ferry tomamos una barca hasta un cochambroso pueblo de pescadores. Caminamos unos veinte minutos por una zona rural hasta su aldea: un lugar muy pobre de casas de bambú que fue arrasado en el 2008 por un tsunami. Parecía mentira que hubiéramos salido tan rápido de la gran ciudad. Pero cómo no, a mitad de camino paramos en una de las miles de pagodas que tenía este país. Ésta estaba pintada de muchos colores -no sólo de dorado como la mayoría- y tenía una reliquia de un pelo de Buda.

pagoda de colores Dalah

Colorida pagoda de Dalah

Ya en su casa, me presentó a su mujer y a su hijo pequeño. Ella se puso a preparar thanaka mezclando la corteza del árbol que lleva este nombre y un poco de agua.
Me lo distribuyó por algunas zonas de la cara mientras el simpático niño me decía “fifififi”.
—¿Qué intenta decirme tu hijo?
—¡Está haciendo como que habla inglés!

Me preguntaron si había comido y como contesté que no, me trajeron varios platos pero sólo comí yo. No me sorprendió pues había leído que en Myanmar es frecuente que el anfitrión y sus hijos no acompañen a sus invitados a la mesa cuando les invitan a comer en su casa.

casa myanmar

Una casa humilde de bambú pero con todas las comodidades: nevera, TV, equipo de sonido y aire acondicionado

Mi nuevo amigo me contó que había algunas cosas que visitar en esta zona de la ciudad, como por ejemplo “la pagoda de las serpientes”. Le pregunté que por qué se llamaba así y entonces me enseñó un vídeo en su teléfono móvil. Aluciné con lo que estaba viendo, ¡tenía que visitarlo sí o sí!
El problema es que no tenía moto ni me atrevía a alquilar una y la pagoda de las serpientes se encontraba a una distancia de media hora, en la localidad de Twante. Así que llamó a un amigo que me podía llevar para que acordara el precio con él. Hablamos de ir a la pagoda de las serpientes y a tres sitios más que añadió él por 10$. Perfecto.

comida birmana

Comida casera birmana… bastante picante

Al contrarío de la otra orilla, aquí las motos sí que estaban permitidas.
Primero paramos en el cementerio de las víctimas del tsunami. No tenía ni idea de este suceso, ni de que Yangón estuviera tan cerca del mar. De ahí nos encaminamos hacia Twante: atravesamos muchas aldeas, era un paisaje muy rústico y no vi ni un solo turista.

pagoda de las serpientes

La pasarela a la pagoda de las serpientes

Al fin llegamos a la pagoda de las serpientes. Ésta se encontraba en el centro de un lago y se accedía a ella a través de una pasarela que había que cruzar descalzo. Y es que en Myanmar siempre hay que descalzarse ante un lugar religioso aunque aún tengas que cruzar un puente o subir dos mil escalones hasta llegar a él.
Mientras me quitaba las sandalias, la gente me miraba sonriendo, como diciendo “vas a flipar”.

Cuál fue mi sorpresa al entrar a la pagoda de las serpientes que no había una ni dos sino treinta pitones bien gordas campando a sus anchas. No estaba segura de que fuera buena idea estar ahí… pero entonces un monje me indicó que estaba acariciando una serpiente y que yo también podía hacerlo. Cuando la toqué se movió, yo pegué un salto y emití un grito al mismo tiempo por lo que las cuatro personas que estaban ahí, incluido el monje, se rieron juntos. Vale, las serpientes no eran peligrosas. Pero impresionaba mucho verlas encaramadas a las ventanas, a las estatuas de buda y al árbol artificial del centro de la pagoda. Incluso había una dentro de la caja de donativos. De pronto bajó una de la copa del árbol a saludarme con su lengua bífida. Era el lugar más surrealista que había visto en mi vida, ¿cómo narices había terminado aquí si yo iba a visitar el Museo Nacional y demás?
Ah sí, el conejo.

pagoda de las serpientes

Pitones encaramadas a las ventanas de la pagoda de las serpientes

pagoda de las serpientes

Pitones de la pagoda de las serpientes

pitones de la pagoda de las serpientes

¡Más serpientes!

Unas señoras me pidieron que me sacara una foto con ellas, algo que me ocurriría a diario durante el viaje. Yo accedo siempre encantada.
Miré en la Lonely Planet y no encontré la pagoda de las serpientes pues me intrigaba muchísimo saber por qué había treinta pitones vivas en una pagoda en medio de un lago. Me parece muy raro que esto no se conozca.

snake pagoda

Las serpientes conviven con las figuras religiosas

pagoda de las serpientes

Demostrándome que las pitones son bueeenas

Las serpientes se movían por la pagoda lentamente y podían salir pues las pitones son buenas nadadores. Pero prefieren quedarse en este lugar donde dos monjas las cuidan porque para ellas son sagradas. Entendí por sus gestos que no debía tener miedo: las serpientes estaban bien alimentadas y no necesitaban pegarme un bocado. Ellas conviven con las culebras y las quieren.
Mirad el vídeo que hice en el interior de la pagoda de las serpientes:

Tras este espectáculo fuimos a la pagoda Shwesandaw. Completamente diferente a la anterior, tenía la típica cúpula dorada en su centro y numerosas estatuas de Buda en diferentes posturas. Si no eras birmano había que pagar 2$. Sólo había lugareños y monjes paseando. Fue una visita muy agradable aunque mi cabeza seguía en la pagoda de las serpientes.

A continuación acudimos a un pequeño telar donde había hombres y mujeres tejiendo telas para hacer bolsos y los longyi, las famosas faldas masculinas que se ven incluso en los uniformes escolares.

Como no tenía nada mejor que hacer y el motorista se había empeñado en ello, continuamos la visita en un taller de cerámica aunque no me interesaba demasiado. Había botijos de todos los tamaños que realizaban de un modo muy artesanal, si bien cuando llegué los artistas estaban descansando.

taller de cerámica

Twante: taller de cerámica

telar de twante

Telar de Twante

Si queréis imitar mi itinerario, descargad la aplicación Maps.me y marcad las siguientes localizaciones:
Snake pagoda (pagoda de las serpientes):
Pagoda Shwesandaw
Telar
Taller de cerámica

De aquí nos encaminamos al puerto para volver a Yangón coincidiendo con la hora a la que los niños salían de la escuela. Durante el camino vimos montones de niños con uniforme corriendo alborotados por todas partes. Súmale la luz dorada del atardecer y que por estas latitudes es como si el día tuviera dos amaneceres. Uno se da por la mañana y el otro por la tarde tras el letargo del caluroso mediodía, que es cuando las calles vuelven a animarse por segunda vez.

El ferry era enorme, tenía dos plantas y había como mil personas de las cuales yo era la única occidental. En diez minutos me dejó en la otra orilla, bastante cerca de mi hostal.

Pagoda twante

Pagoda Shwesandaw en Twante

Dejé el móvil cargando. Este era el primer viaje que hacía sin la aparatosa cámara a cuestas sino simplemente con un teléfono móvil para tomar fotografías. Pensé que en ese rato mientras cenara no me pasaría nada “fotografiable”, ya había tenido bastante con la pagoda de las serpientes.

Pero en cuanto salí a la calle un chico de unos 20 años me saludó y me preguntó de dónde era. Se le iluminó la cara cuando le dije que era española. Hablaba un poco de español, me repetía las ganas que tenía de estudiar este idioma. Me aseguraba que no había ningun profesor nativo en Yangón -ni en Myanmar-. Vaya, esto me sonaba, ¡así empezó mi vida en Camboya!

Le comenté que iba a cenar y me ofreció mostrarme un restaurante de comida tradicional birmana. Se llamaba Lotus Myanmar Food House. Un lugar perfecto para conocer la comida birmana a buen precio y muy limpio. Me pedí un curry que me sirvieron acompañado de un montón de platitos con diferentes verduras, sopas y salsas y la exquisita ensalada de hojas de té o lephet. La comida era maravillosa y muy diferente a las demás gastronomías asiáticas. Por sólo 4000 kyat me quedé muy llena.

Me sorprendió el nivel cultural que tenía mi joven amigo: se sabía todos los países donde se habla español, incluidas ciertas zonas de los Estados Unidos o el norte de Marruecos y comentó que tenía planteado estudiar en Bristol. La verdad es que su nivel de inglés era más que adecuado para salir a comerse el mundo.

lephet

Lephet: deliciosa ensalada de hojas de té

curry birmano

La foto es de otro día porque no llevaba el móvil encima: es para ilustrar cómo se sirve el curry birmano, con muchos platitos

De ahí me volví al hostel y me encontré con una chica que al igual que yo, era de Zaragoza y también viajaba sola. ¡Qué casualidad!
Al final del dia pensé en que no había hecho nada de lo que tenía pensando pero que en su lugar había conocido uno de los lugares más freak que había visto en mi vida: la pagoda de las serpientes. Ya no me importaba viajar sola, de hecho me alegré de ello. Seguro que de haber ido acompañada no hubiera tenido el episodio del astrólogo, el conejo, la familia que me invitó a comer, el pueblo de Twante, la extraña pagoda de las serpientes, la cena con un nuevo amigo ni puede que hubiera hablado con la maña del hostal. Era la magia del viajar en solitario.

Por la mañana, mientras desayunaba apareció la otra zaragozana con una sonrisa de oreja a oreja, “¿¿¿A qué no saber qué???”, me dice, “justo cuando te fuiste a dormir, mi padre me dijo que había otra chica de Zaragoza en Yangón, que tiene un blog de viajes, que se llama Inés… ¡se refería a ti!, ¡qué casualidad!”. Resultó que sus padres y los míos se conocían y no sólo eso. Las dos hemos vivido en el mismo barrio y habíamos ido al mismo colegio. ¿Qué posibilidades había de encontrarte tan lejos a alguien del mismo km² que tú?

juego pagoda

Juego de lanzar monedas en la pagoda Botatung

Esa mañana había quedado con el joven birmano de la cena, pues estaba de vacaciones: muy ocioso y con ganas de hablar. Madre mía si hablaba…
Fuimos a la pagoda Botatung y aunque íbamos los dos vestidos con unas bermudas a la misma altura de la rodilla, sólo me hicieron taparme a mí con un pareo. Pensaba que me había vestido adecuadamente porque tomo como referencia los templos de Angkor, pero resultó que en Myanmar eran bastante más estrictos que en Camboya.

Una vez dentro de la pagoda me explicó el sistema de las esquinas para rezar y que la mía era la del tigre porque había nacido un lunes. (Curiosamente también soy tigre en el calendario chino). En mi esquina tuve que hacer un ritual: debía echarle cinco cacitos de agua a Buda y al tigre en esa especie de altar y pedir un deseo. De paso le di a la enorme campana tres veces y es que en los rituales budistas siempre se utilizan los números impares.

También me detuve en una plataforma con cuencos que iba dando vueltas que, como en las ferias, tenía que lanzar monedas y encestarlas en ellos. Cada cuenco tenía un cartelito que indicaba el área en el que iba a tener suerte si atinaba en él. Participé pagando unos 500 kyat por un montoncito de monedas y me puse a lanzarlas. Era bastante complicado porque daban vueltas a gran velocidad, no obstante encesté dos veces en salud, una en que iba a ganar la lotería y otra en la que decía que aprobaría un examen.

En el templo había muchas cosas de este tipo porque los birmanos son generalmente bastante supersticiosos. O eso me pareció porque también había una zona dedicada a los nats, los espíritus. Pero lo más extravagante era el acceso al templo a través de unos pasillos zigzagueantes repletos de tesoros protegidos con unas vallas metálicas horrorosas. Creo que deberían idear otra manera de evitar los robos porque quedaba tan feo que apenas podías apreciarlos. Y cómo no, reliquias de pelos de Buda. ¿Pero cuántos pelos tenía este hombre?

mohinga

Mohinga, una sopa rica y barata muy popular en Myanmar

De ahí fuimos a comer a un lugar repleto de gente local una especie se sopa de pescado llamada mohinga que estaba riquísima y era muy barata. Mi amigo me estuvo contando muchísimas cosas sobre la vida birmana como por ejemplo, las relaciones amorosas. Ante nuestros diferentes puntos de vista, mi amigo llegó a la idea de que yo nunca podría tener una relacion de pareja con un birmano. Conclusion fundamentada en que los celos que yo no tolero, están totalmente normalizados en Myanmar: es normal que se pidan entre sí las contraseñas del Facebook para violar la intimidad de la pareja, y montar númeritos relacionados con los celos está tan bien visto que incluso se consideran una demostración de amor, o eso me contó.

De ahí me fui con la maña a la enorme Shwedagon pagoda. No sin antes pasar por el hostal para cambiarme de ropa y que no me hicieran taparme con un pareo pero volví a hacerlo mal. Las mallas largas hasta el tobillo que me había puesto eran por lo visto demasiado ceñidas y tuve que alquilar una prenda que me cubriera. Nunca había pensado que mis mallas pudieran resultar sexys.

shwedagon

Pagoda de Shwedagon

Una vez dentro vi que la pagoda de Shwedagon era un lugar donde se reunía gente de todas partes, algo así como la meca del budismo en Myanmar. Los birmanos tienen que visitarlo una vez en la vida, pero hay gente dentro del país que vive tan lejos que nunca llega a hacerlo. Todas las cúpulas estaban cubiertas de oro y las cambian cada cinco años, lo cual es muy caro de mantener. Me pareció curioso que hubiera un árbol de Buda o árbol de Bhodi bajo el que Siddhartha Gautama se sentó a meditar, alcanzando la iluminación espiritual. El original se encontraba en la India y me comentaron que éste había nacido a partir de una de sus semillas.

En Shwedagon había una ingente cantidad de figuras de Buda cada una destinada a diferentes asuntos de la vida. Entonces aquí, una vez más, me encontré con mi esquina del lunes. Me preguntaron si iba a rezar y les dije que ya lo había hecho esa misma mañana en otra pagoda. A lo que me contestaron que no era algo opcional, que tenía que volver a realizar el ritual.

Pero en esta ocasión me indicaron que tenía que hacerlo de otra manera, echando el número de cazos equivalente a mi edad más uno a la estatua de Buda y al tigre, ¡se me cansó el brazo!

Vimos el bonito atardecer ahí y el ambiente se iba animando conforme oscurecía. Ya os he hablado de ese ”segundo amanecer” que tienen las ciudades asiáticas.

shwedagon

Pagoda de Shwedagon.
Izquierda: «meditando» bajo el ñarbol de Buda.
Derecha: realizando el ritual de la esquina del lunes.

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