Kangerlussuaq, un viaje inesperado al Círculo Polar
KANGERLUSSUAQ, viaje inesperado sobre el círculo polar ártico
Sólo hay dos ciudades desde las que se pueda a volar a Groenlandia: Reykjavik y Copenhague, por lo que es inevitable pasar por una de ellas cuando se viaja a esta zona del Ártico. Mi compañera de trabajo y yo pasamos una noche en la capital danesa no sin antes dar una vuelta por la ciudad: caminamos por el centro, hicimos un montón de fotos en la colorida calle Nihavn y dimos un paseo por La Ciudad Libre de Christiania. En este barrio autogestionado entramos en “la casa groenlandesa” en donde muchos inuit de mediana edad pasaban el rato en un obvio estado de embriaguez. Cuando les dijimos que al día siguiente volábamos a su país, nos dieron la bienvenida y por poco no pudimos salir de ahí. “¿Sabes que no somos esquimales, no?” – me preguntó un señor con una Tuborg en la mano.
Efectivamente, a algunos no les hace mucha gracia esta palabra porque así fueron denominados por un pueblo enemigo: esquimal significa “comedores de carne cruda”. Cosa que no es falsa, de hecho ésto les ha dado una clara ventaja de adaptación al medio hostil del Ártico, pero más en el fondo quiere decir que son personas primitivas. De todos modos “esquimal” no debe ser una palabra tan ofensiva si se utiliza cuando se habla de los inuit tradicionales, aquellos que viven en iglús y se mueven en trineos de perro, de los que ya quedan pocos.
Groenlandia es una colonia de Dinamarca desde 1953 aunque ya dependía de este país desde principios del siglo XIX. Aún así un groenlandés nunca te dirá que es danés. Ellos son muy conscientes de su singularidad pero su independencia como país se ve muy lejana en el tiempo. Apenas producen casi nada y reciben una gran subvención de Copenhague hasta el punto de poder decirse que se les mantiene.
Pero quién sabe, los jóvenes de la mayor isla del mundo viajan, estudian, aprenden idiomas… y vuelven a su lugar de origen. Por lo que el futuro de Groenlandia se ve mejor que el ambiente de este bar de Christiania: sencillamente se trata de dos generaciones distintas. Una que vio el paso de la Edad de Piedra a la era moderna, se sienten desubicados y se dan a la bebida; y una más joven que aporta esperanzas al país.
Al día siguiente nos despertamos en el Dan Hostel de Copenhague, desayunamos fuerte pero no tanto como para catar los diferentes insectos disponibles en su buffet. Posteriormente partimos con tiempo hacia el aeropuerto en el autobús 5C.
Estábamos nerviosas y emocionadas. La de veces que había pensado en este día que por fin había llegado. No me podía creer que fuera a viajar a un lugar tan remoto. Además siempre lo había visualizado aterrizando desde el avión en un paraje helado. Pero de pronto se me ocurrió que podía tocarme un asiento junto al pasillo. Qué cosas, en mi idílica imaginación, nunca pensé que existiera esta posibilidad.
Facturé mi mochila y pedí que me sentaran junto a la ventana. Por nada del mundo podía perderme el momento en que tocara suelo en Groenlandia. Por suerte esto no fue un problema y billete en mano -con asiento en ventanilla- pasé el control. Felicidad máxima.
Aprovechamos los últimos minutos de conexión a Internet y nos subimos al avión. Ahí no puedes conectar los datos porque aunque sea territorio danés, no forma parte de la Unión Europea desde que votaron su salida en 1985 y por tanto utilizar tu tarifa de datos, puede salir por un ojo de la cara. Conviene llevar el móvil en modo avión durante todo el viaje.
Los asientos mostraban una representación de la leyenda esquimal de Sedna, la diosa de los mares con todo tipo de animales marinos como focas y narvales. El vuelo estaba yendo bien, nos dieron de comer -pollo estilo Thai- y el trato del personal era muy amable. La diferencia era enorme respecto al primer vuelo de Madrid a Copenhague con Norwegian en donde todo era estrés y caos. En cambio Air Greenland era como más familiar, de hecho nos acabaríamos conociendo todo el pasaje por la aventura que íbamos a vivir a continuación.
Sobrevolamos un glaciar gigante en Islandia y el lago Jökulsárlón conocido por sus icebergs. Más adelante vimos el casquete glaciar con nunataks (los islotes de piedra) y hasta un trozo de un azul como artificial. Era impresionante ver cómo el hielo y la nieve se extendían hasta el horizonte.
Parecía que íbamos a aterrizar en nuestro destino, Narsarsuaq, porque estábamos dando vueltas sobre este aeropuerto del sur de Groenlandia cuando el avión volvió a coger altura. Resulta que no se había podido tomar tierra porque hacía mal tiempo. Por megafonía nos comunicaron que no íbamos a aterrizar en Narsarsuaq sino en Kangerlussuaq, ciudad cuyo nombre no había escuchado en mi vida. Miré el mapa de la revista del avión y no encontraba este lugar por la zona de Narsarsuaq así que lo busqué por todo el mapa de Groenlandia y, ¡sorpresa! Nos estaban llevando a cientos de kilómetros hacia el norte, a una ciudad por encima del Círculo Polar Ártico.
Al llegar al pequeño aeropuerto decorado con motivos polares (como todo en Groenlandia: las casas, los bares, los supermercados…) acudimos al mostrador de Air Greenland donde nos informaron de que nos alojaban en una habitación de hotel y que disponíamos de unos tickets de 125 coronas danesas canjeables por comida en los pocos establecimientos de Kangerlussuaq, concretamente en el restaurante del aeropuerto, el supermercado y el bar del pueblo. Pasaríamos la noche ahí y a las ocho de la mañana nos comunicarían las novedades.
Había un teléfono gratuito para avisar de que nos habían mandado al quinto pino. Llamé a los encargados de Tierras Polares que nos esperaban en Narsarsuaq pero por supuesto ya se habían enterado de nuestra situación en el mismo aeropuerto. Ya solo quedaba disfrutar de esta nueva aventura.
Acudí al punto de Información Turística donde atendía un danés y le expliqué que a falta de Internet y una investigación previa, no tenía ni idea de qué ver y hacer en Kangerlussuaq y que él constituía mi única fuente de información. Tras reírse un rato me dio un folleto en el que decía que la zona había sido declarada Patrimonio de la Humanidad hacía solo un mes. Se trataba de Aasivissuit-Nipisat, territorio de caza inuit entre el hielo y el mar y que contiene los restos de 4.200 años de historia humana. ¡No conocía esto!
Después me mostró en mi mapa de la aplicación maps.me dónde estaba el bar, la oficina de correos, y un mirador sobre un monte para tener vistas al pueblo y al aeropuerto. Me dijo que el pueblo sólo tenía 550 habitantes y que no llegaba a la categoría de ciudad porque carecía de un médico. Tras veinte minutos de charla confesó que el cartel sobre su cabeza en el que se leía “Información turística” era antiguo y que él sólo estaba ahí para vender excursiones en avioneta para sobrevolar la zona, que obviamente se salían descaradamente de mi presupuesto.
El aeropuerto se fusionaba con el gigantesco hotel que hacía la única función de alojar a pasajeros reubicados en este lugar. Por lo visto es algo muy frecuente, incluso al actor que hace de Jaime Lannister en Juego de Tronos le había ocurrido dos semanas antes, como muestra en su perfil de Instagram.
Aún así, ¿qué sentido tiene que el aeropuerto más importante de Groenlandia se encuentre alejado de poblaciones humanas importantes y sobre el círculo polar ártico? De hecho la gente que vive aquí es básicamente el personal aeroportuario y sus familiares.
Salimos del aeropuerto para dar una vuelta y lo primero que vimos fue una heladería. ¿Qué será lo siguiente?, ¿una tienda de neveras?
Lo próximo fue un supermercado (¿Cómo es un supermercado en Groenlandia?). Sorprendentemente era enorme y tenía de todo, incluso armas. Me disponía a hacer alguna foto cuando varios lugareños se apresuraron a decirme “no foto, no foto”, pregunté por qué pero nadie hablaba inglés. Repito que no fue el staff sino la clientela la que me impidió tomar fotografías. Desconozco el motivo. No se trataba de un mercado lleno de moscas y suciedad donde sus fieles pudieran quizá sentirse avergonzados sino todo lo contrario.
Seguimos caminando hasta el extremo del desangelado pueblo. Pareciera que no vivía nadie ahí. Kangerlussuaq tiene una apariencia del lejano oeste ártico, Alaska, puestos de electricidad de madera y cacharros oxidados. Las casas eran prefabricadas y no estaban hechas para ser bonitas. Alguna ganaba en alegría al estar pintada de colores pero en general el ambiente era lúgubre. Varias viviendas estaban decoradas por fuera con cráneos de animales y la iglesia se mantenía cerrada, por lo que entendimos, hasta el 2019. Por el pueblo no circulaban coches, sólo un taxi con la matrícula GR que daba vueltas sin fin y un autobús de transporte público. En algunas casas tenían una moto de nieve aparcada en el jardín, lo que nos hacía imaginar el lugar nevado, y por tanto, más inhóspito.
Mi compañera debía estar afectada por el jet lag. Me preguntó totalmente en serio si sabía por qué había vehículos con la matrícula de Granada.
Cuando empecé a tener frío (había pasado de los 40ºC de Zaragoza a los 10ºC, que no es mucho frío pero es una gran diferencia) nos dirigimos al bar. Estaba decorado con fotografías de grandes músicos, y tenía un escenario con muchos instrumentos preparados como para que cualquiera iniciase un concierto improvisado, pero paradójicamente el local estaba en silencio. Unos señores jugaban a kaglebillard o a una especie de billar danés en el que se derriban pequeños bolos en el centro.
Nos atendió una pareja de unos cuarenta años y me sorprendió que él estuviera repleto de tatuajes. Al rato nos dijo que eran tailandeses y nos mostró la carta en donde se ofrecían platos del Sudeste Asiático adaptados al territorio polar: me pedí una ración de buey almizclero con bambú y setas. Desde entonces siempre que ordenara algo en un restaurante sería exageradamente grande… que yo me deje comida es algo extraordinario.
Me moría de curiosidad por saber qué hacían unos tailandeses en el Polo Norte. El hombre que hablaba inglés, me comentó que fue cosa de su jefe, que él nunca había oído hablar de Groenlandia antes de venir. Pero que una vez aquí le gustó y se quedó, eso sí, en invierno volvía a Tailandia. Y que no eran los únicos, que en Kangerlussuaq había ocho ciudadanos tailandeses y en la capital Nuuk 300. Muy surrealista.
Dormimos como troncos ignorando que la noche durara sólo una hora y desde bastante temprano porque en Groenlandia son cuatro horas menos que en España. A las ocho de la mañana nos informaron de nuestro futuro próximo: nos mandaban en otro avión a Nuuk, haríamos noche ahí para el día siguiente volar al fin a Narsarsuaq.
¿Quéeeeeee?, ¿Qué pinta ahora volar a Nuuk? Este periplo no tenía ni pies ni cabeza pero estaba muy contenta, lo que estaba ocurriendo era grandioso. No me podía creer que fuera a conocer la capital de Groenlandia. Como Kangerlussuaq, no estaba prevista en mi viaje, pero este punto era un destino del que había leído, había visto muchas fotos, había paseado por ella virtualmente, hasta acababa de ver imágenes en la película La vida secreta de Walter Mitty en la que Ben Stiller aterrizaba sin planearlo en Nuuk. ¡Exactamente igual que yo!
A cada uno de los cuatro que viajábamos juntos nos dieron un billete diferente y volaríamos por separado en aviones de hélices. Como teníamos varias horas de espera decidimos subir una montaña. Fueron aproximadamente veinte kilómetros de caminata en donde alcanzamos un mirador (que no era más que unas rocas) hacia el pueblo, el aeropuerto y un río blanco debido a los sedimentos que arrastraba. Y un poco más arriba, en una estación meteorológica, tuvimos las primeras vistas hacia el Indlandsis, la gigantesca capa de hielo que cubre el 80% de Groenlandia y que llega a tener en algunos puntos tres kilómetros de espesor. Era realmente emocionante.
Con los pies doloridos, me metí al avión sin un control de equipajes previo. El pasajero contiguo era un canadiense que trabajaba en Groenlandia, me contó la razón de ser del aeropuerto de Kangerlussuaq y todo empezó a tomar forma.
Los americanos durante la Segunda Guerra Mundial construyeron cuatro bases con sus correspondientes aeropuertos por ser un lugar estratégico a medio camino entre América y Europa (una de ellas en un lugar secreto bajo el hielo). Por entonces Dinamarca estaba invadida por los nazis y había sido su gobierno en el exilio el que les había dado el permiso de ocupar su territorio. Hoy en día la única base que sigue operativa es la de Thule, en el extremo norte de la isla, pero los aeropuertos se siguen utilizando.
Los groenlandeses viven en la costa entre el Inlandsis y el mar, o la banquisa de hielo en invierno. Pero el aeropuerto de Kangerlussuaq se encuentra alejado de la costa en un lugar que encontraron los americanos con un clima benigno donde los cuatro vientos polares dan tregua a los aviones. En la red de vuelos internos de Groenlandia al menos uno al día es redestinado aquí y por eso se trata del aeropuerto más importante.
Todo esto me lo contaba mientras nos dirigíamos a Nuuk y cuando empezamos a divisar la colorida ciudad, como un pueblo de juguete sobre rocas inertes, la auxiliar de vuelo salió a decir en tres idiomas (groenlandés, danés e inglés) que debido al clima teníamos que dar media vuelta y aterrizar de nuevo en Kangerlussuaq. Que más tarde, si el tiempo lo permitía, volveríamos a intentar volar a Nuuk.
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Y así fue. En resumen, lo que inicialmente era un vuelo de Copenhague a Narsarsuak se convirtió en un periplo de varios días de Copenhague a Kangerlussuaq, de ahí a Nuuk y finalmente a Narsarsuaq.
Esperamos una hora y subimos al mismo avión. El encargado de los equipajes me habló en perfecto español porque había estado un año en Argentina – ya os he dicho que los groenlandeses viajan mucho- y la azafata nos recibió con un “Bienvenidos a bordo… otra vez”.
El pasaje estalló en risas.
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Fotos de Groenlandia (Instagram)
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