Zaragoza en silla de ruedas I: toma de contacto
Zaragoza en silla de ruedas I
La semana pasada anuncié en mi muro de Facebook que si alguien me veía por Zaragoza, que no se extrañara por verme en silla de ruedas. No me ha ocurrido nada, se trataba únicamente de un experimento al que me ha invitado mi amigo Miguel Nonay, de Viajeros Sin Límite. Durante 4 días hemos estado visitando mi ciudad, pero de una manera diferente, desde su accesibilidad. Pero yo quería ir un poco más allá y le pregunté si podría tener una habitación adaptada para aprender cómo va y qué problemas pueden surgir a la hora de hacer ciertas cosas cotidianas. Hubo que esperar a estar seguros de que no hubiera un cliente que la necesitara y así fue que pude dormir en una habitación accesible. Y para rizar el rizo, me pusieron de conejillo de Indias en el servicio ATENDO de Renfe que ayuda a viajar a discapacitados de todo tipo. Vamos, que he querido imitar a Samanta de 21 días pero en vaga, sólo durante 4 jornadas. Hemos realizado tantas actividades como handbike, visitar el Acuario Fluvial y subirnos al transporte público maño, que realmente acabé demasiado cansada para haberse tratado sólo de un fin de semana largo. ¿Queréis conocer qué tal me fue?
Día 1 Jueves
Estaba nerviosa. He hecho viajes más lejanos y mucho más exóticos que volver a mi ciudad natal. Pero esto era diferente, no pensaba despegar mi culo de una silla de ruedas y no sabía qué tal lo llevaría, sobre todo me preocupaban cosas como «el tema ducha», las cuestas y otros posibles obstáculos por mí desconocidos.
Cuando realizas una reserva en el AVE para personas con movilidad de reducida o algún otro tipo de discapacidad, los trabajadores de este servicio te esperan media hora antes del trayecto en Información con una silla de ruedas (en el caso de que no dispongas de una). Aquí me senté por primera vez en una. Dos amables chicas me subieron a la segunda planta, pasé la enorme cola que hay para el escáner de equipajes, así como la otra enorme fila que había para entrar al andén y me dejaron frente a mi vagón. Poco después llegaría otro operario con una plataforma elevadora para subirme a mí con mi silla a mi plaza, una plaza más ancha en donde si quieres puedes quedarte sentado en la silla. Fue algo rápido pero ya había empezado a notar las miradas de reojo de los demás pasajeros, “ay pobre chica, que es muy joven para estas cosas…”
Lo que me alucinó fue mi llegada a Zaragoza. Al ser una parada que hay entre Madrid y Barcelona, el tiempo para operar es muy breve, así que más vale que en cuatro minutos sean capaces de bajarte del tren. De otro modo me hubiera ido a Barcelona sin remedio.
Vi que todos los pasajeros habían bajado ya del tren y que yo seguía esperando así que me entraron ganas de hacer trampas y apearme por mi propio pie. Pero confié en los servicios de Renfe y esperé a que vinieran a bajarme. Comprobé que realmente se coordinan a la perfección. Además me trataron con mucha amabilidad.
En taxis adaptados nos trasladamos al hotel Confortel Romareda que es un referente en la ciudad en cuanto a hoteles accesibles, de hecho es un establecimiento de la ONCE. Aquí nos explicaron muchos detalles que se nos habían pasado por alto a los que normalmente no los necesitamos, lo cual significa que hacen un buen trabajo. Por ejemplo, cuando hay un obstáculo en el aire como puede ser un extintor, colocan debajo otro bulto (en este caso papeleras) para que las personas invidentes los detecten con su bastón.
Los números de las habitaciones están en relieve pues no todas las personas ciegas o con escasa visión saben leer en braille. Aún así había muchas cosas indicadas con este alfabeto como los amenities del cuarto de baño. De otro modo, una persona que no ve no sabría si se está echando gel, champú o vete a saber el qué. También aprendí en el hotel cómo son los despertadores para sordos –algo que increíblemente me lo había preguntado, pero nunca me había puesto a investigar-. Se trata de un aparato que se coloca debajo de la almohada que vibra muchísimo a la hora en que se programa.
Y ahora toca lo que me concierne, las adaptaciones para personas con silla de ruedas. En este hotel tienen un mostrador en recepción más bajito, mesas especiales en el comedor para que no te comas las patas, o la barra del buffet a la que te puedes acercar sentado. Todos estos muebles especiales se señalan con un cubo rojo con el símbolo de una silla de ruedas.
Respecto a la habitación, los armarios tienen la barra para las perchas a una altura a la que se puede llegar desde la silla de ruedas, así como las mantas o almohadas adicionales que quieras utilizar. La ducha está a ras de suelo, tiene un asiento que se despliega y muy importante, una bandejita para para colocar el gel de ducha, porque como se te caiga al suelo la has liado. En el hotel te dan un colgante con una alarma por si te caes de la ducha, que puedan venir a ayudarte lo antes posible. Otros detalles: los espejos están inclinados hacia adelante y cómo no, la taza del wáter incluye unos reposabrazos.
Esta noche nos ofrecieron una cena a ciegas que fue realmente curiosa. Nos pusieron unos antifaces y nos llevaron del brazo al comedor, por lo que no teníamos ni idea del aspecto del mismo, ni al lado de quienes estábamos sentados. Así que instintivamente hice lo correcto según me dijeron: cuando me senté pregunté el nombre a los comensales a cada uno de mi lado tocando el hombro. Después toqué la mesa para tener claro dónde tenía el plato, los cubiertos y la copa. Lo de comer fue una aventura. Los camareros nos explicaban si teníamos el pan a las tres, el queso a las nueve, el vino a las doce utilizando un reloj imaginario para orientarnos sobre la situación de cada cosa. Me encontré con que no sabía cuando había terminado cada plato, también me llevé el tenedor a la boca del revés –bueno, eso igual se debe a que soy más bien tontita-, muchas veces me llevaba a la boca cucharadas vacías… en fin, un circo.
Por la noche una vez en la habitación me encontré con dos dificultades. Una fue trasladarme de la silla a la cama, lo conseguí pero tuve que hacer mucha fuerza y parecía una gamba. Al día siguiente Miguel me explicó que el reposabrazos se puede levantar ¡habérmelo dicho!, y el otro obstáculo no fue sentarme en la taza del wáter, eso es muy fácil, sino subirme los pantalones: de hecho es algo que no conseguí dominar y por lo que tuve que «hacer trampas» si no quería presentarme en sociedad con mis posaderas al aire.
Pero esto sólo ha sido una toma de contacto, aún quedarían tres días por delante para averiguar si mi ciudad está realmente adaptada… o no.
Un excelente sentido de Inclusión, gran trabajo. Lo digo por que soy una persona discapacitada y viajar se me hace siempre muy complicado a menos de que lleve compañía.
La verdad que me parece una experiencia súper interesante, ¡realmente merece un aplauso! Lo de ir en silla de ruedas debe ser muy complicado pero ¿además cenar a ciegas? Me quito el sombrero… yo creo que habría pasado hambre… 🙂
Un saludo,
Sonia.
Cenar a ciegas fue un poco complicado. ¿Cómo saber si te has terminado el plato? Al final es inevitable meter la manaza…
Muy buenas Ines
genial entrada como ya nos tienes acostumbrados
Todo un detalle que hayas colaborado en esta experiencia. Genial
Saludos viajeros
El LoBo BoBo
Lo he hecho encantada!!
Me ha gustado el experimento , esperamos las siguientes partes:)
*Por cierto supongo que después de haberlo hecho quizás hayas podido valorar más cosas tan comunes a «simple vista» como caminar por ti misma, ver u oir.
Pues sí, pero nunca se sabe si nos va a tocar vivirlo.
Genial Inés, os estuve siguiendo por twitter y me pareció un viaje muy original y cargado de sentido.
Gracias por seguirnos Pau!
¡Me ha encantado!
Sólo un comentario: No creo que nadie se hubiera quejado si volvías con las «posaderas al aire», no porque sean magníficas (que lo son), sino porque si todo el mundo iba con antifaz, no se habría notado. 😛
No sé si han inventado las cenas nudistas a ciegas, puede que tenga su mercado 😛