Los números abruman. Una urbe de mil kilómetros cuadrados. Una capital de casi un millón de personas. La mayor ciudad pre-industrial conocida. Cinco millones de toneladas de arenisca para levantar la edificación religiosa más grande que la mano humana ha construido. Centenares de artesanos y miles de trabajadores y esclavos para edificar la réplica del monte Meru, el centro del universo. Donde sólo los dioses tienen el derecho a dormir bajo la piedra y los mortales viven en moradas construidas en madera.
Normalmente empezaría un post, y la crónica de un viaje en orden cronológico. Habría empezado por la cosmopolita Bangkok, mi primer contacto con Asia. Una ciudad viva, con alma y luz propia, colorida y sucia, que despierta amores y odios por igual. Pero voy a saltarme esa “norma” no escrita porque considero que esto es más importante y que cuanto antes lo haga, antes podré advertir a otros viajeros sobre un “timo” en el que estuve a punto de caer y que, casi con toda seguridad, me habría garantizado sufrir el peor día de mi vida: el “blackjack” filipino.
Inés .
24 de febrero de 2012
San Gil es la capital turística del departamento de Santander. La gente viene atraída por la posibilidad de practicar deportes de aventura como el ráfting por el río Fonce y nosotros no podíamos ser menos y navegar río abajo. Aquí me di cuenta de que sin querer estaba llevando a cabo una lista de cosas que hacer antes de morir:
Inés .
21 de febrero de 2012
Ya tenía ganas de llegar a Bogotá. A partir de aquí el viaje daría una vuelta de 180º porque pasaría de estar a sola a tener que coordinarme con cien personas más, no es broma. ¿Os imagináis viajando con cien personas? Yo sí porque en la Ruta Quetzal, ese viaje televisado fundado por Miguel de la Quadra, éramos un rebaño de 320 personas. Una burrada, vamos.
Y precisamente mi motivo de viajar a Bogotá, era para encontrarme con otros ruteros y seguir viajando con ellos por Colombia.
Inés .
13 de febrero de 2012
Confieso que estaba un poco nerviosa el día anterior a cruzar la frontera entre Venezuela y Colombia, pues había recibido tal variedad de información que no sabía si escogería la opción correcta. Estas líneas divisorias inventadas por el hombre, las fronteras, –que mira que somos tontos y nos gusta complicarnos la vida– son para mí uno de los peores inventos de la historia de la humanidad, después de la bomba atómica y hacer la cama.
Inés .
8 de febrero de 2012
He de confesar que San Cristóbal no ha sido nunca una ciudad que quisiera visitar por sus encantos, solamente quería descansar unos días en este punto intermedio en mi trayecto de Puerto La Cruz a Bogotá y hacer las cosas típicas que intento solucionar cada quince o veinte días en mis viajes: lavar ropa, contestar emails y dormir bien…
Inés .
31 de enero de 2012
Tras seis horas de viaje –dos más de lo habitual- en un estrecho autobús viendo “50 primeras citas” en blanco y negro, en el que el conductor nos había grabado en vídeo, llegué a la ciudad de Mérida en plenos Andes venezolanos. Si no fuera por los montes que rodean a la ciudad, hubiera pensado que me había confundido de destino puesto que todos los venezolanos por el camino me habían aconsejado abrigarme mucho por tratarse de una ciudad con un clima frío. Y ahí estaba yo, pasando calor y quejándome por haber guardado la crema solar en el fondo de la mochila.
Inés .
22 de enero de 2012
Me dispuse a reservar un tour por el Parque Nacional de Mochima no sin antes darme un paseo junto el mar. Me senté en una plaza decorada con un enorme Belén y unos skaters me preguntaron por mi procedencia. Al parecer todos perdieron su improvisada apuesta; en torno a la mitad de las personas habían pensado que era “gringa” y el resto creyó que era argentina. El blanco nuclear de mi piel, combinado con mi nariz y hombros rojizos hace que la gente me señale con el dedo, ¡qué se le va a hacer!