India

BENARÉS (VARANASI), India

Lo primero que hacemos en Benarés es ir en busca de un hotel. Por el camino más caos, vacas, gente que transporta grandes cargas en una moto, ciclorickshaws, edificios estrambóticos. En este momento en el taxi nos percatamos de algo:

-Asun: Hemos llegado a un momento en el que si vemos un oso por la calle, ya ni nos sorprende. -Guille: ¡No nos sorprendería ni ver un tiranosaurio!

Benarés ha sido tradicionalmente conocida por Varanasi, nombre compuesto por los ríos Varouna y Assi, que confluyen en el Ganges, río que representa a Shiva. Todos los hindús desean morir en el Ganges o ser incinerado para que sus cenizas lleguen hasta el corazón de Shiva. De éste modo optan por una reencarnación más favorable o, si se han conseguido los méritos necesarios, quedar libre del ciclo de las reencarnaciones y entrar directamente en el Nirvana.
Ya sea en tren, en vaca o en autobús, a esta ciudad llegan muchos cadáveres de toda la India –vimos un féretro transportado en un rickshaw junto con otros pasajeros- y muchos ancianos peregrinan hasta aquí pensando que van a morir pronto, pero la vida se alarga sin quererlo y la muerte llega lentamente por inanición.

Llegamos al comienzo del callejón en dónde se encuentra el hotel que buscábamos porque salía en la Lonely Planet. Andrés y yo nos fuimos a buscarlo porque el coche no cabía entre tan estrechas calles. Estuvimos unos veinte minutos caminando por unas callejuelas del medievo llenas de vacas, extraños santuarios, shadus, mierda y charcos hasta que encontramos el Hotel (cuyo nombre no recuerdo). Nos pidieron cuatro veces más que el precio que indicaba la guía, así que nos dimos media vuelta. Las guías famosas no vienen bien para escoger hotel en la India, porque en cuanto el dueño de un hotel ve que su negocio está publicado y que, por tanto, recibirá clientela; no duda en multiplicar el precio.

Volvimos al taxi y le preguntamos al conductor si conocía un hotel barato, negociamos el precio ahí mismo y nos llevó a un hostalito con encanto. Aquí conocimos a tres mochileros suecos con los que viajaríamos los días siguientes. Voy a hacer una breve descripción de estos ejemplares únicos:

1. Christian: (Que esta como una bola) tenía una vida perfecta con buen trabajo y novia
maravillosa pero se compraron dos gatos de 1600 euros cada uno. Esto le hizo plantearse su vida; lo dejó todo y se puso a viajar.
2.Fred Erick:(Que parece un vikingo) vive de okupa en Barcelona haciendo de telefonista para una empresa sueca. Lleva varios meses en Nepal, en una familia en donde le hacen ordeñar a los búfalos y recoger los huevos de las gallinas.
3. Lars: (Altísimo) es nadador y habla muy poco, lo justo.

 

 

Tras una merecida siesta en el hostal. Nos fuimos a ver los ghats, las escalinatas que llevan al Ganges, desde las que la gente lleva a cabo sus abluciones.
Ya en el primer ghat se estaban celebrando dos cremaciones. Dos mujeres ardían sobre unos troncos, podíamos ver sus caras. Pero el ambiente no era el de un funeral tal y como conocemos. Varías decenas de hombres discutían a grito pelado. ¿Dónde esta la espiritualidad india y el respeto a los muertos? Mientras abandonábamos aquel ghat, un indio me gritó en español “Mira, mira, ¡cremación!”.

 

Seguimos caminando. Unas niñas me pintaron con unos polvos brillantes y me pidieron dinero; les doy un par de rupias. Un señor nos intentó convencer para llevarnos en bote, después otro, y otro, y otro, y otro, y muchos a la vez… Queríamos caminar tranquilos, algo que resultó imposible aquí; pero nos libramos en cuanto apareció un pack turístico de españoles, pues prefirieron acoserlos a ellos. Sabían que podían sacar más dinero de ahí.
Estaba comenzando un espectáculo y nos sentamos a verlo. Varios hombres vestidos con túnicas naranjas, cantaban y levantaban en círculos una especie de candelabros con luces. No supimos de qué trataba y esto me hizo sentirme lejos de casa; una sensación placentera, la que me hace engancharme a esto de viajar.

 

Fuimos al hotel a cenar y ahí estaban los suecos con una botella de whisky xxx. En un momento dado nos atacó un bicho del tamaño de un paquete de tabaco. Sólo esperé no encontrarme uno de estos en la habitación.
Más tarde supimos que se trataba de un belostomatidae, un insecto más que peligroso:

Su picotazo es considerado el más doloroso que puede producir insecto o arácnido alguno, no solo porque las chinches (hemípteros) tienen el veneno más irritante conocido, sino porque debido a su tamaño pueden inyectar tal cantidad en el tejido muscular, que disolviéndolo, pueden producir una lesión permanente.

Había un empleado de unos setenta años, al que los vikingos le apodaban “Rambo” por lo fuerte que era. Todos probaron a hacerle un pulso pero nadie pudo con él. Éste señor era muy simpático y un experto enciendiendo bidis. Rambo había trabajado remando en uno de los cientos de botes que hay en el Ganges, lo que hizo que hora tuviera unos brazos más que fuertes.
Habíamos contratado en el hotel un bote para navegar al amanecer por el Ganges. El conductor de éste no se despertó hasta las ocho y a esas horas ya había amanecido. No entendió por qué ya no queríamos sus servicios y nos fuimos otra vez al Ganges. Nos habíamos cansado de que nos persiguieran intentando vender cosas y nos fuimos a la otra orilla para ver qué había.

Nos encontramos con la antítesis de la otra orilla. No había casas, ni gente, ni búfalos, ni vacas; sólo una explanada desértica y silenciosa. Una gozada por entonces. Nos encontramos con unos perros que vivían en manada y un hombre que plantaba chitos en medio de la arena.
Nos sentamos a disfrutar del silencio, lo había olvidado.

 

Cuanzo fuimos a cruzarlo otra vez para volver al bullicio, vimos a la manada de perros devorando algo envuelto en tela. Me imaginé lo peor, pues los bebes suelen entregarse al Ganges cubiertos por una sábana.

Dimos una vuelta por la ciudad. Se hacía complicado andar por la cantidad de gente que había. Andrés, Asun y Guille vieron un altar echo con un mono muerto rodeado de velas y flores. Yo me lo perdí porque estaría embobada mirando cualquier tienda multicolor.

 

Terminamos en un supermercado en el que vendían ropa interior con la imagen de un modelo que podría ser un híbrido entre Borat y Freddie Mercury. Al lado colgaban unos calcetines marca “Paranoia”, probablemente refiriéndose al modelo anterior.

Al día siguiente fuimos a visitar el recinto universitario de Benarés, uno de los campus más grandes de la India. Aquí conocimos a un estudiante de canto que nos llevó por las universidades. Decía que tenía tres horas lectivas al día y parecía bastante vago.
Después se empeñó en quedarse mis gafas de sol. Vaya hombre, ¡y yo que pensaba que nos estaba enseñando la universidad desinteresadamente!

Lo más sorprendente fue la Universidad de Medicina. Por los pasillos había pilas de papeles mal doblados y amarillentos que no parecían importar a nadie y entramos a una habitación en la que había una especie de ollas de espaguetis en las que ponía “corazones”, “pulmones”, “restos”. En fin, nos fuimos un poco espantados de ahí.

Benarés, la ciudad sagrada parece sufrir plagas constántemente. La primera vez que estuvimos nos encontramos la ciudad llena de pequeños saltamontes; en la segunda había muchísimas hormigas cabezonas y una de ellas debió de picarle a Asun en el ojo mientras dormía.
En la segunda ocasión, sólo hicimos una noche en la ciudad sagrada para coger un avión hasta Bombay. Nos encontramos con un aeropuerto sucio, con las paredes descolchadas y la totalidad de los empleados haciendo el vago fuera del edificio. Como estábamos sólos, me pesé en la báscula de Air India.

Termino la crónica de Benarés, con un fragmento de mi cuaderno de viajes

Gente sumergiéndose, lavándose los dientes, dejando a sus seres queridos, cremaciones, vendedores de cualquier cosa, barqueros, búfalos que se bañan, perros parias, basura, cenizas, niños mendigando, shadus de altiva mirada, flores, colores, mucho calor, gritos, ruido.

Cruzo el río,
Nada.

La otra orilla del Ganges.

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